Santos Jonas y Baraquicio sale 07:38 se oculta 20:14 sale 20:36 se oculta 06:54

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El antídoto contra la violencia es la palabra

28 octubre 2019Noticias Compartir:

 Artículo publicado en La Vanguardia, en la eidición del domingo día 27 de octubre de 2019 

 

Estos días Cataluña vive trastornada por una sentencia que a nadie ha dejado indiferente. Las reacciones han llegado sobre todo, y de forma multitudinaria, por la vía de la protesta social pacífica, pero también se ha producido una violencia desatada, sobre todo a cargo de grupos de personas jóvenes, que la han tomado como bandera. Desde hace dos años, a fuego lento, se ha ido cociendo una creciente tensión social y política que ha desembocado en la compleja y difícil situación en la que ahora nos encontramos. Todo ello ha puesto en evidencia que la vía judicial está agotada y que subsiste, como único recurso, la vía política: una mesa de diálogo entre los gobiernos catalán y español. Lo que ya se sabía desde el principio, ha quedado confirmado. No hay alternativa a la negociación. Es necesario que vuelva la palabra.

La violencia afecta a todas las personas, sacude el conjunto del cuerpo social, nos vulnera a todos y a todas. Nadie queda inmune ante la violencia que ve, hace o recibe. Por eso, no hay dos tipos de violencias, la inadmisible y la que se puede justificar como si fuera inevitable. No hay una violencia de los «malos» y una violencia de los «buenos». La violencia es siempre un mal objetivo y, por lo tanto, en ningún caso admite justificación alguna. Si se la justifica o se la tolera, se da paso a la hidra de siete cabezas, un cáncer que tiende a extenderse y a ocupar nuevos espacios. Decir, por ejemplo, que la violencia es una «forma de expresión» equivale a ponerla al mismo nivel que la palabra. Y precisamente la violencia es lo contrario de la palabra. Una sociedad se agrieta cuando se le inoculan sentimientos de resentimiento, de rencor y de odio, que conducen a conductas y palabras violentas.

Si esto llega, el espíritu crítico de la persona en relación a sus propios comportamientos se diluye. Las ideas, sociales, políticas y económicas, dominan de tal manera el pensamiento y el deseo, que pasan a ser un absoluto que se impone de manera acrítica. Se disuelve paulatinamente la reflexión sobre los propios actos, y desaparece la valoración moral de las actuaciones de cada quien. Se produce un vaciado ético: todo vale para conseguir los fines deseados. En este marco la violencia se convierte en una «solución», que algunos consideran la única posible. Entonces no queda espacio para una de las virtudes morales más necesarias: el dominio de uno mismo. Cuando los ojos se ciegan, sólo se ve lo que se quiere ver.

Además de la violencia interior y exterior, existe la violencia verbal o gestual, que es la precursora de la acción violenta. Lo que se dice crea realidad, no es una simple convención lingüística. Por eso el insulto nunca es intrascendente, el desprecio o el escarnio, la prepotencia o la humillación aleatoria del otro son como puñales que se clavan. La descalificación del otro contiene una alta dosis de violencia -a la que puedes acabar acostumbrándote, sin ser consciente de su gravedad. En consecuencia, los responsables políticos y los medios de comunicación tienen una responsabilidad añadida, ya que son fuentes de información de los ciudadanos y contribuyen a crear opinión. Si desde las tribunas públicas se azuza el enfrentamiento entre personas, si se criminalizan pueblos o grupos sociales, se está contribuyendo a destruir el proyecto de vivir juntos.

En pocas palabras, la respuesta a la violencia pasa por la palabra, una palabra veraz, no contaminada, capaz de construir y no de destruir, de plantar y no de arrancar, de acercar y no de alejar. La palabra es el antídoto, el único, capaz de vencer la violencia.

Armand Puig i Tàrrech,
rector del Ateneu Universitari Sant Pacià